Ranking ED 2017 Mejor Arquitecto: Emilio Marín y Juan Carloz López

Ubicado en el camino que une San Pedro de Atacama con Ayquina, dentro del primer parque eólico del norte de Chile, el Centro de Interpretación del Desierto se eleva sin complejos frente a una imponente geografía. Es un lugar de orientación para turistas que llama a la contemplación.

Emilio Marín pasó casi toda su infancia en el Norte. Vivió doce años en el campamento minero de El Salvador, en la Tercera Región, por lo que tiene una relación fuerte y cercana con la zona. Sentir el viento, el sol, el frío, ver todas las estrellas de noche, son cosas que lo siguen emocionando. “Ese espacio infinito es muy especial y activa muchos sentidos para la creatividad”, dice.

Juan Carlos López, en cambio, nunca había pisado el Desierto de Atacama y llegó como un explorador, atento y abierto a todo. Por eso, la primera vez que estuvo ahí, pensó: “Este paisaje monocromático y monomaterial tiene que encontrar una continuidad en el proyecto que nos encargaron, para mantener ese bello silencio visual”.

El proyecto al que se refería es el Centro de Interpretación del Desierto (CID), un edificio de carácter público/privado que les pidieron diseñar para un parque eólico del Norte. Marín y López, que llevan casi diez años trabajando juntos, sabían que se trataba de un desafío importante. Esto no era una biblioteca ni un centro cultural, sino algo para lo cual tenían que crear una voz propia. Además, el contexto natural era excepcional. “Si en un proyecto de edificio público tradicional las variables más importantes son cómo integrar al interior los diferentes programas y permitir la relación entre las personas, acá el paisaje era algo que no podíamos obviar”, dice Juan Carlos. El camino elegido entonces fue crear una propuesta que estableciera la construcción como un nuevo paisaje dentro del desierto.

El edificio, que al igual que otros trabajos de estos arquitectos ha tenido bastante eco internacional, fue construido el 2015 y se pensó como un patio central rodeado por seis alas. “El diseño fluyó rápido. Recuerdo haber hecho unos primeros modelos en forma de flor que nos ayudó a entender el potencial espacial que tenía lo que estábamos imaginando”, dice López. Son volúmenes angulares, concisos, ubicados en contraposición a los volcanes lejanos de la Cordillera de los Andes, y que presentan el mismo carácter monocromático del desierto.

Una de las características del trabajo de estos arquitectos es la importancia que le dan a los materiales. Por una parte, los usan de tal manera que haya una diferencia clara entre el interior y el exterior. Por otra, hay un afán por replicar la segregación que se produce en la naturaleza: “Por ejemplo, las rocas, el mar y la arena conforman una unidad que se llama ‘costa’, pero uno logra entender a través de la diferencia material cómo esa ‘costa’ es la relación de tres entidades distintas funcionando juntas”, explica Juan Carlos. Por lo mismo es que en el CID cada lugar es un material interactuando con el espacio. Para el exterior se usó acero corten que, a pesar de ser un material industrial, tiene una terminación muy natural. “Es la piel exterior que unifica el volumen y lo conecta como imagen con las montañas”, explican los arquitectos. El hormigón del zócalo, en tanto, hace enlace con la tierra; la madera viste las salas; y el cemento define completamente el corredor del patio. Todos estos materiales fueron ocupados de manera desnuda, es decir, como son, sin aplicación de otra terminación que cambie su aspecto.

Ambos arquitectos coinciden que este proyecto es una buena síntesis del trabajo que han venido desarrollando juntos, reuniendo características presentes en otros trabajos por separado. “El CID no sólo busca solucionar el encargo o la necesidad inmediata del cliente, sino además crear relaciones: con el desierto, con la cordillera, con los volcanes, con el cielo y las estrellas… es una transición entre el hombre y la naturaleza, entre lo artificial y lo natural, entre lo racional y la subjetividad individual de nosotros como creadores”, dice Emilio. Juan Carlos agrega: “Creo que el gran aporte del CID es haber ideado un tipo de edificio que crea un lugar en ese paisaje infinito que es el desierto. Al crear un lugar también crea una experiencia común, pública o compartida por las personas que lo visiten. Define de alguna manera la relación que el público tendrá con el desierto, una especie de dispositivo emocional para aproximarse a este paisaje”.