Viaje Colectivo: análisis las experiencias en el transporte público de Tomás Errázuriz

Tomás Errázuriz, académico de Campus Creativo, lanzará esta publicación el jueves 25 de julio en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna, actividad que contará con la participación de Rodrigo Guendelman y Rosanna Forray.

Paraderos de micros llenos, gente tratando de entrar a la fuerza al metro, todos luchando por conseguir llegar a la hora a sus diferentes compromisos. Éstas son escenas recurrentes en Santiago que no pasaron desapercibidas para el investigador y académico de la Universidad Andrés BelloTomás Errázuriz, quien vio una oportunidad de estudiar lo que implican estas experiencias compartidas de viaje.

De allí nació el libro “El Viaje Colectivo” – una coedición de la Editorial BifurcacionesCampus Creativo UNAB – que tendrá su lanzamiento el jueves 25 de julio a las 19:00 horas en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna. Actividad que contará, además, con la participación de Rodrigo Guendelman, fundador de Santiago Adicto; y la arquitecta Rosanna Forray.

La investigación, liderada por Tomás Errázuriz y Guillermo Giucci, rescata la aparición de los primeros vehículos motorizados para el transporte colectivo en Latinoamérica hace más de 120 años y sus consiguientes experiencias sociales, las que sorprenden por la vigencia que mantienen al día de hoy.

Esto porque, lejos de un mero traslado, los viajes colectivos son espacios fundamentales de sociabilidad: lugares desde donde se construyen y visibilizan las diferencias de género, clase y edad; balcones para el reconocimiento del paisaje social y urbano; motivo constante de promesas y reivindicaciones políticas; espacios privilegiados para la reflexión, lectura e imaginación.

PRINCIPAL ESPACIO PÚBLICO

Sobre la curiosidad por estudiar este tema, el profesor de Campus Creativo señala que, por costumbre, uno piensa en el transporte público desde un punto de vista instrumental, es decir como un servicio de primera necesidad. Sin embargo, y a pesar de que muchas personas pasan una cantidad importante de horas en éste, no se piensa al respecto.

“Reflexionamos poco sobre lo que implica la experiencia de viajar diariamente sobre estos vehículos y compartir ese viaje con otros. El espacio del viaje cotidiano es probablemente el principal espacio público de la ciudad y, como tal, requiere ser estudiado y analizado”, manifiesta Tomás Errázuriz.

LATINOAMÉRICA VERSUS CHILE

Respecto a la comparación que se puede hacer entre los países de Latinoamérica con Chile, el autor indica que las diferencias pueden notarse no sólo entre ciudades, sino también en distintas áreas de una misma ciudad. “Además de reconocer que hay tantos viajes como personas, debemos entender que, aunque los vehículos sean los mismos, cada ciudad los acomoda a una realidad particular”, agrega.

Así, ejemplifica que, a comienzos del siglo XX, las capitales de América del Sur se distanciaban considerablemente unas de otras entre las más modernas (como Buenos Aires o Sao Paulo) y las que aún mostraban con fuerza su pasado colonial (como La Paz o Quito).

INCERTIDUMBRE Y EXPERIENCIAS DIFERENCIADAS

Hoy en Chile, dice Tomás Errázuriz, hay una condición común inherente al viaje colectivo que es innegable: la inquietud y la frustración. “El transporte público conlleva una situación de dependencia con terceras personas y, por tanto, ciertos niveles de incertidumbre sobre lo que puede ocurrir en el viaje”, señala.

Esto dependencia contrastaría con la necesidad de control que promueve la vida urbana, ya que, al viajar colectivamente nos debemos someter y lidiar con la voluntad y necesidades de otros. “Esto explica, en parte, la inclinación hacia el automóvil, incluso en los casos en que éste no supone mayor eficiencia en el recorrido que se realiza”, resalta el investigador UNAB.

Cabe destacar que, además, el transporte público realza las diferencias entre hombres y mujeres, al menos en cuanto a las experiencias compartidas. El autor expresa que cuando se han realizado encuestas de satisfacción del viaje, las mujeres siempre aparecen con niveles más bajos que los hombres.

Esto tendría, al menos dos razones. La primera, indica Tomás Errázuriz, es “debido a la mayor responsabilidad que las mujeres han asumido históricamente respecto a los trabajos domésticos, el mayor tiempo del viaje repercute directamente sobre la posibilidad de completar de buena forma estas tareas y, por lo tanto, genera sentimientos de frustración y preocupación”.

Además, la cultura machista ha legitimado comportamientos de violencia y abuso de los hombres hacia las mujeres que tienen como uno de sus escenarios más críticos el espacio del viaje. Como expone el académico: “existen múltiples testimonios de cómo la obligación de viajar con desconocidos en espacios muchas veces reducidos se prestó para diversas formas de violencia y abuso que luego se naturalizarían como parte del viaje cotidiano. Aunque hoy pareciera aumentar la consciencia sobre el tema, se trata de estructuras fuertemente enraizadas que, lamentablemente, no desaparecen de la noche a la mañana”.