El sucesor de Jorge Sampaoli en la dirección técnica del seleccionado nacional de fútbol, fuera quien fuera, se iba a encontrar con “una buena” y “una mala”. La buena: contar con un grupo privilegiado de jugadores, la mejor generación que ha producido el fútbol chileno en su historia. La mala: igualar o superar lo hecho por el antecesor, que consiguió la inédita conquista de la Copa Libertadores de América.
Juan Antonio Pizzi, un argentino que destacó como goleador en Argentina, México, Portugal y España, ha tenido una zigzagueante carrera como técnico. Lleva once años en la actividad y ha dirigido equipos argentinos, peruanos, chilenos, mexicanos y españoles. Lo mejor lo hizo en Universidad Católica en el 2010 y en San Lorenzo de Almagro en 2013, con los que fue campeón.
En contraste, le fue muy mal con Colón de Santa Fe (Argentina), Universidad San Martín (Perú) y León (México). Campañas aceptables cumplió en Santiago Morning (Chile), Rosario Central (Argentina) y Valencia (España).
Cumplida la primera fase de la Copa América Centenario, Pizzi recibió más recriminaciones que elogios. La derrota ante Argentina y el afortunado triunfo sobre Bolivia (2-1, con un penal dudoso cobrado en el séptimo minuto de recuperación) lo dejaron en el tablón del barco pirata, listo para caer. Hasta ese momento, contando partidos oficiales y amistosos, sólo superaba en rendimiento a un entrenador, de los tantos que dirigieron a la selección chilena en un siglo.
La oportuna y rehabilitadora actuación ante Panamá, al que derrotó 4-2, aquietó las aguas, pero no despejó totalmente las nubes de la desconfianza. Será México, el próximo rival, el que dará el veredicto definitivo.
Al comenzar su trabajo, Pizzi hizo lo que habría hecho cualquiera: mantuvo la base y agregó escasas incrustaciones. Pero desde el primer día les dejó claro a los jugadores que la mano había cambiado. De la rigidez de Sampaoli habían pasado a una tutela más paternalista. Les dio vacaciones a los que se la pidieron, aunque eso significara postergar hasta último momento el trabajo con el plantel completo.
Buena medida, quizás, para ganarse el afecto de sus dirigidos; pero mala para la preparación. Y en esto, las diferencias con el técnico anterior se hicieron evidentes: Sampaoli trabajaba mañana y tarde; ahora lo hacían a ratitos. El casildense les daba tareas específicas, como observar videos de partidos de sus rivales o de jugadores a los que tenían que enfrentar o marcar, y no se ha sabido que el rosarino hago lo mismo; el “Pelao” reiteraba ejercicios y movimientos hasta que los jugadores lo hicieran, mientras que ahora hay muchas maniobras en que los jugadores actúan por su cuenta o no saben qué hacer.
El vuelito que traía este equipo no parece suficiente. Para optar al éxito es necesario un impulso propio, algo que espaciadamente se vio en el encuentro con Panamá.
Falta algo más: la recuperación de algunos jugadores que no muestran el nivel al que llegaron el año pasado: Claudio Bravo, Mauricio Isla, Gonzalo Jara y Charles Aránguiz están lejos de su mejor forma futbolística. Alexis Sánchez, Arturo Vidal, Marcelo Díaz y Eduardo Vargas estaban en esa misma condición, pero esbozaron enorme mejoría en el último encuentro.
Si esos cuatro jugadores, más Gary Medel, toman la decisión de jugar como lo hacían con Bielsa y Sampaoli, les debería ir mejor que obedeciendo las instrucciones de Pizzi. Ya está comprobado que posesión de balón (pretendida por Pizzi) no es lo mismo que control de juego (aplicado por Sampaoli). Y que es este aspecto el que prevalece para obtener el éxito.