14 DE MAYO 2015 | NOTICIAS

Carme Pinós: «Para mí la Sagrada Família se acabó cuando acabó Gaudí»

Acaba de llegar de México y mañana se va a París. Esta tarde le entregan la Creu de Sant Jordi. Nacida en Barcelona en 1954 la arquitecta Carme Pinós creció en una familia donde el arte era dogma. «De pequeños nos llevaban a ver monumentos -antes se llamaba así- y la finca de Lleida siempre estaba en construcción». Fue la compañera sentimental y profesional del arquitecto Enric Miralles mucho antes que la también arquitecta Benedetta Tagliabue. No habla de ello. Mueve las manos, articuladas, fuertes, grandes, unos dedos como sarmientos, como si separara texturas.

¿Qué decirle a un estudiante de arquitectura español? «Que se vaya pero, por favor, ¡que vuelva!».

Hija de médico, a los trece ya tenía claro su futuro. ¿Por qué escoge la arquitectura y no otra disciplina?

Mi padre coleccionaba pintura y adoraba ir a las exposiciones. En su mente estructurada mi hermano mayor debía ser arquitecto y para mí tenía destinada la carrera de química. Recuerdo perfectamente cuando mi hermano dijo que quería ser médico, yo pensé «¡bieeen! plaza vacante!».

Su casa siempre estuvo llena de artistas, de Olga Scharoff a Llorenç Artigas.

¡Mi padre les tenía devoción! A Olga la recuerdo con sus collares de ámbar… yo jugaba con ellos, me fascinaban. Esa gente era nuestro horizonte de críos.

¿Arquitectura de autor o funcional?

El arquitecto es artista, eso es así. Para mí, la arquitectura, para serlo de verdad, debe comunicar poética -que es la esencia del arte- a la cotidianidad.

Pero en realidad hay mucho dinero en juego y menos lírica.

Hay gente que juega con la arquitectura para ganar dinero, es cierto. Y dentro de la administración, si se te va de las manos algo, buscas la ruina… Lo que ocurre es que, por desgracia, nos toca ser otras cosas además de artistas. A veces incluso políticos. Nos toca lidiar con eso y si haces una obra pública vas a tener que convencer a la asociación de vecinos…

¿Mucho ego suelto?

Alguno, no tantos. Los arquitectos nos conocemos todos, vamos a las mismas fiestas y sentimos admiración y recelo mutuos. Pero esta profesión, si te la tomas en serio, es fascinante.

¿Hay que reconocer la firma del arquitecto al ver su obra?

Yo no trabajo así. Yo trabajo por proyecto, y cada uno es distinto. Lo que ocurre es que, forzosamente, se cuela tu propia sensibilidad. Cómo «tu» entiendes la vida. Hasta los nazis tenían su propia arquitectura, que representaba su filosofía, las élites eclesiásticas, lo mismo.

¿Qué adjetivos distintivos le adjudicaría a su obra?

La fluidez y la sensualidad, creo. No soporto que alguien se sienta amarrado, encerrado, en un edificio. Busco la no imposición, la anulación de la jerarquía.

Empezó con Enric Miralles, fueron pareja durante años. ¿Cómo resumiría aquel tándem profesional y sentimental?

Estuve a su lado de los 21 a los 35. Empezamos en la universidad y fue una relación muy intensa, absolutamente intensa… Obsesiva en todos los sentidos.

Ambición por formarse.

¡Hambre! Desde la mañana hasta que nos acostábamos nuestra cabeza era efervescencia por aprender, leer, todo el día dibujando… Él quería saberlo todo, yo -al principio- no tenía ni idea de mi misma, en ningún aspecto.

No ha roto con ese concepto del oficio que aprendieron.

Éramos muy jóvenes, estábamos por hacer. Yo crecí con él, era un talento e hizo brotar lo mejor de mí. Me quedó el miedo de volver a caer en una entrega tan fuerte. Pero debo decir que la filosofía que adoptamos la descubrimos juntos y yo ni después de su muerte me aparté de esa esencia. Pero si observas un edificio de él y uno mío te das cuenta de que la arquitectura de Enric era más festiva, retórica, atrevida y la mía más contenida.

Cuando se separaron alguien pensó que usted no sería capaz de continuar sola.

Supongo que la mayor parte de la profesión pensaría «esta mujer ahora va a desaparecer del mapa». Pero fui testaruda. Fue una época muy dura, me pusieron a los pies de los caballos y pasé años trabajando en la oscuridad. En aquel la época habíamos sido contados los equipos mixtos.

¿No había parejas que trabajaran juntas?

Poquísimas. Recuerdo a Peter y Alice Smithson en Inglaterra. Nos hicimos íntimos amigos, cuando me separé de Enric me enviaron una carta cada uno diciéndome que por nada del mundo querían perderme.

Todos cuantos me han hablado de usted insisten en dos conceptos: fuerza y vehemencia.

Convicción. Cuando me meto en algo es al cien por cien; cuando digo voy, voy. Nunca he sido de grises y no soporto la indefinición. Incluso cuando me presentan esbozos les digo «o blanco o negro o volvemos a empezar…». Odio las medias tintas en cualquier aspecto de la vida.

¿De cuál de sus proyectos se siente más orgullosa?

De mi segunda etapa, porque ha sido muy duro llegar a ella. Del edificio de Oficinas Cube I, por ejemplo, en México, y CaixaForum. Los adoro. Los miro y pienso: ¿cómo me he atrevido?

¿No pensaba llegar aquí?

No es fácil. En mí se cumplen tres cosas: soy mujer, arquitecta y voy sola por la vida. Pero a la vez soy consciente de que he podido conseguir algunos encargos gracias a no tener que dedicar tiempo a una persona o una familia, lo reconozco. Ese lastre a veces hace que haya gente que se quede a medio camino. A veces ocurren cosas curiosas…

 

Como que te buscan, precisamente, por ser mujer.

Eso me ocurrió en México en un grupo de arquitectos internacionales, hace quince años y éramos pocas mujeres… Zaha, ¡pero Pinós era latina! Me encontré metida en un grupo con gente como Toyo Ito o Jean Nouvel.

¿Los concursos de arquitectura siempre tienen trampa? ¿Adjudicaciones previas?

A ver, sí y no. Yo he sido jurado muchas veces -en todo el mundo- y sólo en dos ocasiones sentí presiones subliminales. Lo importante es mirar quien lo convoca, en cuanto ves los nombres ya sabes si es un chanchullo. Entre los tops también se ayudan, ¿eh? Intercambian cromos.

¿Qué reacción espera con el proyecto de la Gardunya?

Que la gente sienta que eso siempre ha estado allí, dentro de un barrio, cómplice. Que el barrio se coma la marca de autor. No quiero que sea la plaza de la Pinós.

¿Hay un modelo de ciudad que sueñe para Barcelona?

Hemos regalado la ciudad a los turistas y ese es un gran error. A la larga nos va a salir muy caro. Basta con mirar la Boqueria y la Rambla, hemos cedido eso… lo miramos y nos parece espantoso. Barcelona murió de éxito y ahora falta control en esto… ¡nos retiramos, no protestamos! Deberíamos exigir más a los políticos y montar plataformas sociales. El Velódromo lo recuperamos, estuvo diez años cerrado, sin un triste artículo de prensa.

¿La arquitectura es clasista?

Si una escalera está bien diseñada logras que un patán la baje y parezca un caballero, y a la inversa. Y si la tostada del desayuno la haces mientras te entra el sol por un vitral te cambia la vida.

Es casi claustrofóbica.

Sí, en Mallorca me hice una pequeña casa, un pequeño paraíso, mirando al mar… Mis rincones siempre tienen vistas lejanas. No soporto lo cerrado.

 

No ha tenido hijos.

No y me sabe muy mal. Enric se fue a EE.UU. y yo no me vi capaz de quedarme sola aquí con todos los encargos a mis espaldas y un embarazo. Él me prometió que al volver buscaríamos ese hijo, pero volvió y… se acabó. Mi madre tenía 27 años menos que mi padre, un hombre con una fuerza arrasadora, a veces pienso que en Enric busqué esa figura de protección.

Se ha enamorado muchas veces y comprometido ninguna.

Después de Enric he tenido todos los líos que he querido pero siempre con un horizonte imposible para no comprometerme: o estaban a kilómetros de casa o eran más jóvenes… en fin. No quiero volver a estar agazapada a la sombra de tanta potencia.

Ha sido profesora de universidad en Harvard, París, Roma, Columbia, Suiza…

Y llegué a la conclusión de que o eres muy buen profesor o debes dejarlo. Necesitas darlo todo. Estoy en contra del concepto funcionarial de profesor universitario.

Hace ya muchos años que Oriol Bohigas dijo que la reconstrucción de la Sagrada Familia era un pastel.

Para mí la Sagrada Família se acabó cuando acabó Gaudí. Pero hubo la voluntad religiosa -yo no la tengo- de terminar el templo, ellos sabrán…

Hubiera sido una joya si la hubieran dejado como estaba. ¿Qué continúa? Será una catedral. De la catedral de Barcelona, con la fachada del XIX, también podríamos decir que es un pegote. Hoy no se inicia nada hasta que se sabe el final; yo ya no acepto proyectos si no sé la dirección de obra.

 


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