José Balmes, fue pintor, decano, artista, profesor, exiliado, militante, doblemente exiliado, muralista, premio nacional, y en todas esas cosas, que no son más que una, trazó y tejió parte importante de la vida cultural chilena.
Lo conocí personalmente, si se puede decir así, cuando siendo alumno de Gracia Barrios en la escuela de Bellas Artes del Arcis, vino a hacernos unas clases. Venían llegando del segundo exilio. Todavía no estaban totalmente establecidos en Chile, era una suerte de vida en dos partes.
Fueron clases rápidas, hasta confusas diría yo: la lección de dibujo de segundo año que nosotros entonces insistíamos en encuadrar y sostener rígidamente, le resultaba extraña, poco productiva y por sobre todo sin la más mínima libertad; creo que ese era el “juicio” que usó: poca libertad. Se repartía a toda velocidad entre un atril a otro borroneando lo que insistíamos en trazar como con regla.
Una cierta rabia amable aparecía cuando nosotros desobedecíamos su llamado a dejarnos de “durezas”; rabia de que probablemente estaba contenida por la “tía” Gracia –que era el título soberano que le dimos-, que a esa altura del año ya nos tenía cariño y nosotros a ella.
Eran mediados de los 80 y Balmes regresaba, artísticamente hablando, de su exilio francés con sendas exposiciones paralelas en distintas galería. Recuerdo dos: las galerías SUR y Época, al menos. Fue en la primera donde se reunía las posiciones más refractarías de casi todo, donde se armaron las discusiones más sabrosas de este retorno, sospechas sobre disputas hegemónicas, viejas deudas, diferencias artísticas y trapitos al sol poblaron ese año de retorno la discusión de esa escena artística y también su comidilla.
Nada de eso era tan grave como lo que realmente a todos nos parecía finalmente lo único grave.
Para entonces el Museo de Bellas artes estaba cerrado y aunque estuviera flamantemente abierto no hubiera sido posible una exposición suya ahí; Eso era lo realmente grave.
Recuerdo la muestra de la Galería Sur. Eran una serie de pinturas de gran formato sobre la prohibición de París de algo relacionado con las bolsas de basura, esas negras plásticas. Ese era el telón de fondo de las discusiones a las que asistimos los estudiantes de la “tía” gracia, religiosamente.
Entonces escuchábamos con atención los fervorosos argumentos y tomábamos confusamente partido por un bando u por otro, que no pocas veces creíamos era el mismo. Para todo efecto mi cariño por la “tía” Gracia, me impedía ser radical en el caso de que los argumentos en contra del retornado me hicieran sentido.
En alguna ocasión visité su casa invitado una vez más por, a esa altura, “mi Tía” Gracia. Balmes me invitó a visitar el taller y me mostró sus pinturas. Hablamos sobre eso: Pintura. Como dos conocedores -uno bastante más que el otro- pero en esa comunión se nos fue la tarde.
El resto de nuestros encuentros fueron de ocasión: reuniones sectoriales, encuentros, concursos, inauguraciones, una que otra junta en el marco de una campaña presidencial; nada como esa tarde de comunión.
Lo último que le escuche, si se me permite esa figura, fue esa desprendida entrevista que le diera al The Clinic, donde, cuan Goya, despliega esa rabia, esta vez convertida en ese humor negro y desenfado con que a veces se presenta la lucidez.