Fernando Pérez Oyarzún acaba de ser distinguido con el Premio Nacional de Arquitectura. No resulta difícil reconocer las razones para este premio.
Bastaría con destacar algunas de las obras emblemáticas de las que es autor o coautor: la Facultad de Medicina de la UC, junto a Alejandro Aravena; o la Facultad de Artes y el Centro de Extensión de la misma Universidad, en el Campus Oriente, con José Quintanilla.
Podríamos recordar también su trabajo vinculado con la defensa, investigación y puesta en valor del patrimonio, entre ellos, la asesoría en el trabajo del Palacio Pereira, su rol de consultor para la Catedral de Santiago, el Templo Votivo de Maipú, la Biblioteca Nacional o la Basílica del Salvador. Durante seis años fue además director del Centro de Patrimonio Cultural de la Universidad Católica.
Sería oportuno hablar de su vocación por la generación y difusión de conocimiento en el área de la arquitectura, donde pueden citarse algunos de sus muchos libros (en coautoría): Iglesias de la Modernidad en Chile, Los Hechos de la Arquitectura, o una extensísima lista de artículos en prestigiosas revistas.
Tampoco puede olvidarse su actividad docente, a través de años como profesor de talleres y cursos en la UC, así como director de tesis en todos los niveles de formación, incluyendo el doctorado en Chile y en el extranjero.
Habría que aludir a sus roles como director y decano, que a lo largo de sus períodos llevó adelante profundas reformas, como la creación de los primeros programas de magíster, o la gestión para el desarrollo de la Biblioteca Sergio Larraín García Moreno. Más tarde, es clave también su rol en la generación del doctorado en Arquitectura y estudios Urbanos de la UC.
Es innegable su influencia en varias generaciones de arquitectos chilenos destacados en el mundo, que se formaron al alero de sus cátedras, o bien trabajaron, publicaron o investigaron con él, y de quienes Fernando Pérez fue un promotor fundamental que les abrió las puertas de la escena internacional. También habría que mencionar su papel como miembro de comités editoriales, o de jurado en relevantes concursos de la disciplina, y el rol que ha jugado en años recientes como director del Museo de Bellas Artes.
Todo lo anterior es justificación más que suficiente para un Premio Nacional. Quisiera, sin embargo, detenerme en una última idea: este premio no dice relación exclusivamente con una lista de obras y logros, por muy larga que sea. A Fernando Pérez le cabe una responsabilidad incuestionable en el prestigio alcanzado por la Escuela de Arquitectura de la UC, y en el sello de rigor que ha sido capaz de imprimir en su propio trabajo, y, por extensión, en el de una comunidad académica completa. Como exalumno suyo, y al igual que muchos otros que hemos tenido la ocasión de escucharlo, me atrevo a afirmar que esa es probablemente su huella más indeleble.
Felicitaciones para esa facultad, esa escuela, y para el propio Fernando.