En un viaje reciente a Medellín para aprender de sus desafíos urbanos, una de las conclusiones más relevantes es que la «mesa» sobre la que se construye la respuesta tiene, además de la tres patas tradicionales (sector público, empresa, sociedad civil), una cuarta: la academia.
Es esa mesa de cuatro patas, cuando cada una de ellas identifica bien su rol, la que permite avanzar, y el papel de la academia (con su mirada de largo plazo, su investigación) es clave. En Chile tenemos varios ejemplos virtuosos, y esta columna se trata de uno de ellos.
Desde el 2011 el Centro de Inteligencia Territorial (CIT) de la UAI, liderado por el arquitecto Luis Valenzuela, construye un saber acumulado y abierto que se pone a disposición de los tomadores de decisiones, otros investigadores, autoridades y funcionarios.
El logro más visible es la Matriz de Bienestar Humano Territorial (MBHT), un sistema de información compuesto por indicadores base y datos confiables conectados al territorio, aplicado a todo Chile gracias a un convenio con la Subdere. Las mediciones se ordenan en la dimensión de Accesibilidad (áreas verdes, equipamientos); Ambiental, (amplitud térmica, cobertura vegetal); Socioeconómica (empleo, educación y vivienda); y Seguridad. Estos datos se comprenden a partir de una Plataforma de Análisis Territorial, una sistema para abordar los complejos fenómenos del espacio que habitamos.
Tiene tres herramientas principales: un visualizador (que permite comprender los valores de los indicadores y dimensiones en mapas interactivos y de diferentes escalas); un comparador (que visualiza y contrasta indicadores en una o varias zonas); y un simulador (fundamental porque posibilita el construir escenarios para evaluar el impacto de inversiones y decisiones).
El más reciente eslabón de esta cadena de aportes es el lanzamiento, la semana pasada y en conjunto con la Subdere, de un atlas que muestra las brechas pero también las oportunidades de bienestar.
Aunque el trabajo no es meramente un sistema de diagnóstico sino que de acompañamiento a las políticas, algunas conclusiones saltan a la vista: nuestras ciudades concentran equipamientos y servicios, y las mejores oportunidades, pero también la mayor inseguridad; nuestra ruralidad es precaria, con indicadores de bienestar bajos, especialmente en la dimensión de accesibilidad, aunque se perciben en general como más seguras que las ciudades; nuestros territorios son desiguales en las oportunidades que ofrecen.
La pregunta que hay detrás de esto es fundamental: ¿cómo se toman las decisiones que nos afectan a todos, en base a qué evidencia?, ¿Con qué herramientas de proyección? Y, más importante aún: ¿cómo aportar en estos asuntos desde la academia? En este Atlas que se lanzará se subraya que estos documentos se publican para acompañar los desafíos de convivencia que tiene nuestro país, y eso es una tarea que justifica cualquier esfuerzo que se haya puesto en su elaboración. Este trabajo es, sin duda, un notable aporte. Un notable aporte.